La visión que humilla y transforma

SEPTIEMBRE 19

«Entonces dije: ¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos. Y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, Porque mis ojos han visto al Rey, el SEÑOR de los ejércitos». Isaías 6:5

Esta es la exclamación del profeta al observar la visión y majestad de Dios descritas en Isaías 6:1-4. ¡Qué augusta revelación de la gloria de Dios y de la Deidad de Cristo, fue esta que apareció ante la vista del humilde profeta! Pero el efecto de esta visión es aún más impresionante en Isaías: «Entonces dije: ¡Ay de mí!, porque estoy perdido; pues soy hombre de labios impuros… porque han visto mis ojos al Rey, el SEÑOR de los ejércitos».

Lo que postró su alma hasta el polvo y lo llevó a la humillación fue la profunda conciencia de su indignidad. ¡Oh! ¡fue la visión nítida de la gloria del Hijo de Dios! La irradiación de la gloria de Cristo en el alma revela el mal oculto, la impureza interna, y lleva al creyente a confesar con humildad: «¡Ay de mí! Soy hombre de labios impuros». A medida que contemplamos más la gloria en Cristo, reconocemos que no hay gloria en nosotros mismos.

Jesús, el Sol de Justicia, revela las impurezas que yacen en nuestro interior. Hasta que su luz brilla en el alma, las cámaras de nuestras maldades permanecen cerradas. Cuando Cristo ilumina, se revelan las deformidades ocultas y caemos postrados ante Dios, avergonzados pero en santa postura. ¡Bendito momento cuando un alma se rinde ante la majestad del Dios encarnado!

Toda falsa gloria humana se desvanece frente a la verdadera gloria de Cristo. Así como la luz del sol opaca toda otra luz, así la gloria de Jesús eclipsa cualquier gloria personal. De los serafines se dice que cubrían su rostro y sus pies en reverencia (Isaías 6:2). ¡Cuánto más el hombre debe postrarse en arrepentimiento genuino, reconociendo que es polvo ante la presencia del SEÑOR!

Si aún nuestros corazones se aferran a logros humanos, al orgullo o a distinciones terrenales, es porque el Sol de Justicia todavía no ha amanecido plenamente en nuestras almas con sanidad en sus alas. – Octavius Winslow

Ya que el orgullo es el origen de toda maldad y la humildad el origen de toda virtud, es necesario cultivar cada día un corazón humilde y una conciencia creciente de la majestad de Dios. – JC Ryle


ORACIÓN:
SEÑOR, abre mis ojos para contemplar tu gloria y quebranta en mí todo orgullo. Enséñame a vivir en humildad, reconociendo mi pequeñez y tu grandeza. Que tu luz disipe toda vanidad en mi corazón y me lleve a vivir postrado en adoración sincera delante de ti. Amén.

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