
JUNIO 8
“Sométanse a Dios” – Santiago 4:7
La sumisión a Dios es un paso esencial en la vida cristiana y una evidencia del crecimiento espiritual genuino. Este acto de entrega a la voluntad divina no surge de manera natural en el ser humano, sino que se forja, muchas veces, en el horno del sufrimiento santificado. La Biblia enseña que es en medio de las pruebas donde aprendemos a obedecer verdaderamente a Dios.
“Aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.” — Hebreos 5:8
Jesús, nuestro ejemplo perfecto, aprendió obediencia mediante el sufrimiento, sujetando su voluntad a la del Padre. Así también, los creyentes, al pasar por la vara del SEÑOR, descubren el valor de una vida rendida a Cristo. Las pruebas y aflicciones, lejos de alejarnos de Dios, son instrumentos que Él utiliza para producir frutos de santidad, obediencia y fe genuina.
“Los haré pasar bajo la vara y os haré entrar en los vínculos del pacto.” — Ezequiel 20:37
La sumisión verdadera es una de las mayores virtudes cristianas. Fue Jesús mismo quien enseñó a orar diciendo: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). Cumplir la voluntad de Dios es lo que trae orden, paz y plenitud a la vida del creyente.
Cuando el alma afligida declara: “SEÑOR, que se haga tu voluntad y no la mía”, entonces está alineando su corazón con el cielo. En ese momento, se convierte en un reflejo de Cristo en la tierra, y en medio de las pruebas, brotan los frutos eternos de la obediencia.
“Llévame a la roca que es más alta que yo.” — Salmo 61:2
“El SEÑOR reina.” — Salmo 97:1
Una vida sometida a Dios no es pasiva ni débil; es fuerte en fe, firme en esperanza, y llena del poder del Espíritu Santo. Es allí donde florece el verdadero carácter cristiano. La santidad práctica, el dominio propio, la paciencia y el amor por la voluntad divina nacen del fuego de la prueba. Así, el creyente llega a ser un participante de la santidad de Dios, reflejando a Cristo en cada paso.
🙏 Oración Final:
Señor amado, quiero aprender a someterme de corazón a tu voluntad, así como lo hizo tu Hijo Jesús. Enséñame, por tu Espíritu Santo, a obedecerte no solo en los días de gozo, sino también en el valle del quebranto. Que mi alma te pertenezca completamente, y que el fuego de tus pruebas produzca en mí los frutos eternos que tú deseas ver. ¡Santifícame en tu verdad, y hazme cada día más semejante a Cristo! Que en todo lo que viva, sienta y haga, se cumpla siempre tu buena, agradable y perfecta voluntad.
En el nombre de Jesús, amén.
✍🏼 Octavius Winslow – Adaptado para reflexión devocional y contenido web.