El poder de un espíritu sereno: mansedumbre que refleja a Dios

JUNIO 10

“…En la belleza incorruptible de un espíritu sereno y tranquilo, que es de gran valor delante de Dios.”
1 Pedro 3:4

Un espíritu calmo, sereno, apacible, está relacionado con la mansedumbre, que es uno de los frutos del Espíritu Santo(Gálatas 5:23). Este rasgo de carácter es honrado por Dios. El espíritu manso es silencioso; el ruido, el mucho hablar y las acciones desenfrenadas o irascibles le son completamente ajenos. Nunca actúa con amargura, malicia, egoísmo, autopromoción, arrogancia o venganza.

La mansedumbre cristiana no es sinónimo de debilidad. Es, en cambio, infinitamente diferente al sometimiento entristecedor y paralizante de la esclavitud emocional. Es una fuerza tranquila, guiada por el Espíritu de Dios, que refleja una vida espiritual madura y transformada.

El espíritu sereno y apacible debe caracterizar a todos los que forman parte del Reino de Dios. En el Sermón del Monte, Jesús enseñó:
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.”
Mateo 5:5
Y en Su tierna invitación a los que están cansados, dijo de Sí mismo:
“Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.”
Mateo 11:29

El creyente lleno del Espíritu y con un corazón apacible, ve todas las cosas como provenientes de Dios. Acepta los tratos divinos como buenos, sin murmurar, sin discutir ni resistirse. Puede decir con fe: “Dios, en esta situación, sea cual sea, tú tienes el control. Eres soberano y gobiernas sobre todo. Tienes un propósito, y uno de sus aspectos es hacerme más como Cristo.”

“…Que es de gran valor delante de Dios.”
Dios otorga el mayor valor a las personas de espíritu tranquilo. Un espíritu sereno es una chispa de la naturaleza divina, un rayo, un haz de gloria; es un alma nacida del cielo. Nadie nace con un silencio santo en su corazón, así como nace con una lengua en su boca. Esta es una flor del paraíso, una gema preciosa que Dios valora profundamente.

«Un espíritu tranquilo hace al hombre más parecido a Dios; lo capacita para la comunión con Dios; lo hace más útil a Dios; y lo obliga a caminar de la manera más precisa con Dios. Un espíritu manso y apacible es un adorno incorruptible, mucho más valioso que el oro.»
– Thomas Brooks


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