
«Porque donde esté el tesoro de ustedes, allí también estará su corazón. Lucas 12:34
No hay tesoro tan satisfactorio como Cristo, porque Él es la fuente de toda felicidad y la fuente del gozo eterno. El creyente valora a Cristo por encima de todo, porque Él es el bien supremo, y en Él, todos los deseos se satisfacen plenamente. Cristo es la perla de gran precio, por quien el creyente con alegría vende todo para poseerlo.Mat.13:45-46 ¡El verdadero santo se deleita en contemplar la belleza y la gloria de Cristo, porque Él es completamente encantador! El verdadero creyente valora a Cristo por encima del mundo, considerando todas las cosas como pérdida por la excelencia de conocerlo. Fil.3:8 Un verdadero creyente lo entregará todo por Cristo, porque Él es el tesoro más preciado.
El amor de Cristo llena el alma como el tesoro más dulce, haciendo que todos los placeres terrenales parezcan nada. Cuando Cristo es nuestro tesoro, nos regocijamos en Él como nuestra herencia eterna, una que nunca puede desvanecerse. El corazón del creyente descansa solo en Cristo, porque Él es su tesoro inagotable. Cristo es la suma de todo lo bueno, la fuente de toda belleza y de todo gozo para el alma y un Salvador que satisface todas nuestras necesidades. Cristo es digno de nuestra más alta estima y nuestro más ardiente amor. El alma que ha probado la dulzura de Cristo, ve que Él es infinitamente más glorioso que todo el mundo.
Quien tiene a Cristo, tiene una posesión de infinito valor, pues Él es el Dios eterno e inmutable, dado como nuestra porción eterna Lam.3:24- Sal.73:26. El alma que atesora a Cristo, considera que todas las posesiones terrenales son nada comparadas con las riquezas de su gracia. Cristo es el gran tesoro del Cielo, de donde fluyen todas las bendiciones para su pueblo. En Cristo, el alma encuentra un Salvador que es a la vez el remedio para todas sus miserias y la fuente de toda su felicidad.Todos los tesoros de la sabiduría, la justicia, la santificación y la redención están depositados en Cristo para su pueblo. Hay más valor en una gota de la sangre de Cristo que en todo el oro y la plata del mundo.
El creyente encuentra su mayor gozo en la contemplación de la belleza, el amor y la gloria de Cristo. El alma que atesora a Cristo mira con desdén los placeres fugaces de este mundo, pues son como sombras comparados con la realidad de su amor. Un corazón que valora a Cristo como su tesoro no se dejará arrastrar por las vanidades del mundo, pues se satisface en Él.Las riquezas del mundo son como cisternas rotas que no retienen agua, pero Cristo es un manantial de vida eterna. Cristo es el tesoro del creyente, no solo por lo que da , sino por quién es: Dios mismo, que mora con su pueblo.
Cristo es la llave del tesoro celestial, y a través de Él, el creyente accede a las riquezas inagotables de gracia y gloria. Cuando Cristo es el tesoro del corazón, transforma el alma, embelleciéndola con su santidad y amor. Cuanto más atesora el alma a Cristo, más se eleva por encima de las preocupaciones y las pruebas de esta vida, encontrando paz y gozo en Él.El creyente que atesora a Cristo aprende a ver todas las cosas a la luz de la eternidad, pues Cristo se convierte en la medida de todo valor y dignidad.
Cristo es la porción eterna de su pueblo, el tesoro inagotable que disfrutarán para siempre en el cielo. En el mundo venidero, los creyentes se regocijan más plenamente en Cristo como su tesoro, viéndolo tal como es en su gloria y amor infinitos. Las riquezas de la gloria de Cristo nunca se agotarán, porque Él es una fuente infinita de paz y gozo que fluye eternamente hacia su pueblo. El deleite de los creyentes en el cielo consiste principalmente en el regocijo de contemplar a Cristo como su tesoro eterno. «¡Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón!»- Jonathan Edwards