
Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. 3 Juan 1:2
¿Qué es la «prosperidad»? ¿Son hilos de vida entrelazados para un resultado brillante? ¿Riquezas abundantes? ¿Aplausos mundanos? ¡No! Estas son a menudo una trampa; se reciben sin gratitud; oscurecen el alma hacia destinos más nobles. Espiritualmente, significa que Dios nos lleva de la mano a los valles más bajos de la humillación; nos guía como lo hizo con su siervo Job; lo despojó de sus ovejas, bueyes, camellos, salud, riqueza e hijos; para que podamos ser llevados ante Él en el polvo y decir: «¡Bendito sea su santo nombre!».
¡Sí! Justo lo contrario de lo se conoce en el mundo como Prosperidad, forma el trasfondo sobre el cual se ve el Arcoíris de la Promesa. ¡Dios nos sonríe a través de estos arcoíris y lágrimas de tristeza! Nos ama demasiado. Se interesa demasiado en nuestro bienestar espiritual como para permitirnos vivir en lo que mal se llama «Prosperidad». Cuando ve deberes lánguidamente cumplidos o fríamente desatendidos, el corazón entumecido y el amor a sí mismo congelado por el poder absorbente del mundo presente, nos pone una espina en el nido para obligarnos a huir y evitar que nos volvamos esclavos para siempre.
Quizás ahora no puedas comprender el misterio de estos tratos. Quizás te preguntes entre lágrimas: «¿Por qué esta cruel interrupción de mi felicidad terrenal?. La respuesta es clara. Es la prosperidad de tu alma lo que Él tiene en mente. Créelo: tus verdaderos Ebenezers, o roca de ayuda,1 Sam.7:12 aún serán levantados en tus desiertos.Tus aflicciones no son designaciones arbitrarias. Hay una justa necesidad en todo lo que Él hace. Al imponer su mano por medio de la aflicción sobre ti y guiarte por caminos que desconoces y que jamás habrías elegido, te susurra con dulzura: «Amado, deseo que prosperes en todas las cosas, así como prospera tu alma».
Descansa en la tranquila consciencia de que todo está bien. No murmures ante nada que te acerque a su amorosa Presencia. Agradece tus propias preocupaciones, porque puedes depositarlas con confianza en Él. Él se preocupa demasiado por tu prosperidad temporal y eterna como para asignarle una pena superflua, un golpe innecesario. Encomienda, pues, todo lo que te concierne a su cuidado, ¡y déjalo allí!- J.Macduff