
Enmudecí, no abrí mi boca, Porque tú lo hiciste. Salmos 39:9
Algunos imputan todos sus males a la fortuna, otros a los hombres, y otros a una variedad de causas que su propia imaginación sugiere, menos reconocer lo que les pasa a la mano a la mano de Dios. Se permiten caer en una amarga queja y hasta blasfeman contra Él. Pero David afectado por las pruebas más severas, resolvió aún así guardar silencio, su mente estaba en calma, rendido a los tratos de la Divina Providencia. Dios es soberano y por lo tanto, una parte importante de nuestra obediencia a Él radica en aceptar y hacer Su voluntad.
La consideración de que todas nuestras aflicciones son designadas por nuestro amoroso Padre celestial, debe silenciar todas las quejas. David lo hizo. Sabía que no venían por casualidad, sino por designación divina. Después de meses de agudos sufrimientos, y aún en agonía de cuerpo, las últimas palabras de un siervo de Dios, fueron: «SEÑOR, me haces polvo, pero me basta porque es tu mano». -A. W. Pink.
Aprendemos que es una de las principales prácticas de nuestra fe humillarnos bajo la poderosa mano de Dios y someternos a su juicios sin quejarnos, porque es Todopoderoso y . hace lo que quiere, sino que también es un Juez justo; David considera los juicios secretos de Dios con tanta reverencia y asombro, que, satisfecho solo con su voluntad, considera que es pecado abrir la boca para pronunciar una sola palabra en su contra.
«Porque tú lo hiciste». La mejor prueba de que algo está bien y mejor es que Dios lo hizo. La calma y la paz más perfecta en los problemas se producen, no cuando confiamos en nuestros propios razonamientos, o cuando intentamos comprender y explicar un misterio, sino cuando dirigimos nuestros pensamientos simplemente al hecho de que «Dios lo ha hecho» es prueba suficiente de que es correcto, sabio y bueno. Esta consideración calmará los sentimientos cuando nada más lo haría, y dispondrá la mente, incluso bajo las pruebas más profundas, para experimentar la paz que sobrepasa todo conocimiento. -A. Barnes
La sumisión a la mano de Dios, que se percibe detrás de todas las causas visibles, es el bendito silencio. «Quedarse quieto y esperar que Dios bendiga la vara» es lo mejor. El deseo de verse libre de su vara no es incompatible con tal sumisión. Podemos aventurarnos a pedirle a Dios que la queme. Esta oración no rompe el silencio, aunque parezca que lo hace, porque éste es el privilegio de los corazones que aman a Dios: que pueden expresarle sus deseos y aún así seguir sometidos a Su voluntad suprema. -A. Maclaren