FEBRERO 8

.Por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Deuteronomio 8:2

En la aflicción Dios revela las corrupciones desconocidas en los corazones de su pueblo: el orgullo, impaciencia, incredulidad, idolatría, desconfianza en Dios, murmuración y falta de agradecimiento. El pecado descansa muy cerca y en lo más profundo, y no es fácil de discernir hasta que llega el fuego de la aflicción. El horno descubre la escoria.  En el horno vemos más corrupción de la que jamás se sospechó. ¡Qué amor propio hierve y se agita dentro de mí, qué orgullo, desconfianza en Dios, confianza en la criatura, descontento, y murmuración, se levantan contra las santas y justas dispensaciones de Dios! ¡Ay de mí, qué corazón tengo!

La aflicción también trae a la memoria viejos pecados: «verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano» Gén. 42:21. Veinte años después de haberlo vendido como esclavo, los hermanos de José recordaron eso en medio de su aflicción. Los tiempos de sufrimiento traen a la memoria el pecado. La aflicción, nos vacía de nosotros mismos para hacernos correr a Jesucristo en busca de justicia y fuerza. Nos hace ver lo que está torcido para que lo enderecemos; lo que es débil para que lo fortalezcamos; lo que falta para que lo suplamos; y lo que está cojo para que no se desvíe del camino.

La aflicción también nos enseña a orar. Los que nunca han orado antes, orarán en la aflicción. Orarán más frecuente y fervientemente. David siempre fue un hombre que oraba, pero bajo la persecución, no hacía otra cosa Sal. 109:4. Es triste considerar que en nuestra paz y tranquilidad, oramos descuidadamente por arrebatos y dejamos que cualquier pequeñez se anteponga a la oración. En nuestra aflicción, Dios nos mantiene de rodillas. El mismo Cristo, en la agonía, oraba con mayor intensidad Luc. 22:44. Lo mismo ocurrió con David Sal. 22. Reunió todas sus fuerzas para orar, y como un verdadero hijo de Jacob, luchó con Dios, y no lo dejó ir hasta obtener la bendición. -Thomas Case

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