FEBRERO 6

«Miren cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoce a él. Amados, ahora somos hijos de Dios». 1 Juan 3:1-2.

¡Miren! dijo, fíjense en la asombrosa misericordia y amor de Dios, ¡que nosotros, pobres criaturas, nacidos en la naturaleza adán del pecado, seamos llamados hijos de Dios! Desde la eternidad, habiéndonos elegido y elegido en Cristo, su amado Hijo, nos entregó a Jesús, nos predestinó para la adopción de hijos para él en Jesús, nos llamó por su gracia en Jesús, y nos aceptó en Jesús, y nos llamó hijos de Dios en Jesús! ¡Oh que amor, sí, qué amor hay aquí!

«Miren cual amor nos ha dado el Padre». Si consideramos lo que hemos sido y lo que todavía somos cuando la corrupción muestra en nosotros su funesto poder, nos admiraremos de que Dios nos haya adoptado como hijos. Sin embargo, ésa es la verdad, pues el pasaje dice que somos llamados hijos de Dios. ¡Qué sublime relación es la de un hijo y qué privilegio entraña! ¡Qué cuidado y qué cariño el hijo espera de su padre y qué amor el padre siente para con su hijo! Pero nosotros, por medio de Cristo, tenemos todo eso y mucho más. En cuanto a los momentáneos sufrimientos que compartimos con nuestro Hermano Mayor, Jesús, los aceptamos como un honor.

 «El mundo no nos conoce porque no lo conoce a Él» 1 Jn 3:2. Nos alegramos de ser, juntamente con Jesús, desconocidos en su humillación, pues sabemos que juntamente con él habremos de ser exaltados. «Amados, ahora somos hijos de Dios». Es fácil leer esto, pero no es fácil sentirlo. Tu corazón se halla en una profunda aflicción y la tentación se levanta dentro de tu espíritu. No temas; tú no tienes que vivir de tus dones ni de tus sentimientos; sólo debes vivir por fe en Cristo.

Aunque todo nos sea contrario, aunque estemos en la profundidad de la aflicción, sea que estemos en la montaña o en el valle, el pasaje dice que «ahora somos hijos de Dios». Pero tu dices no estoy bien ataviado, mis dones no se destacan y mi justicia no brilla esplendorosamente». Lee otra vez el texto: «Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando él apareciere seremos como él es». El Espíritu Santo purificará nuestras mentes y el poder divino perfeccionará nuestros cuerpos, y entonces lo veremos como él es. -C. Spurgeon

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