
«Mi amado es mío, y yo soy suya»; Cantares 2:16
Cristo es mío, dice la esposa, el creyente, porque Dios mi Padre me lo ha dado. Tanto me amó que se entregó a sí mismo por mí; y el Espíritu Santo lo confirmó vivificándome y uniéndome a Él para siempre. «Porque el que se une al SEÑOR un solo Espíritu es con Él».1 Cor.6:17. Este es el fundamento sobre el cual se basa la vida del creyente: Saber con total certeza que Cristo es completamente suyo, es el principio de la sabiduría, la fuente de la fortaleza, la estrella de la esperanza, el amanecer del cielo. Quienquiera que seas, si en verdad confías en Jesús, Él es Todo tuyo. Y yo soy suyo por las mismas causas. Porque Jesús me compró con Su sangre. Y Dios el Padre le dio la iglesia a Jesús para que le diera vida eterna desde la eternidad. Y Dios Espíritu me ha hecho suyo por las conquistas de su gracia sobre mi corazón.
Esta preciosa posesión se convierte en el único tesoro para el creyente. “Mi amado es mío,” dice, y en esa frase resume toda su riqueza. No dice: “mi esposa, mis hijos, mi hogar, mis consuelos terrenales son míos”; está casi temeroso de decir eso, pues mientras todavía está hablando, podrían cesar de ser suyos: la esposa amada podría enfermarse ante sus ojos, el hijo podría necesitar un pequeño féretro, el amigo puede resultar ser un traidor, y a las riquezas les pueden salir alas y volar; por tanto, al sabio no le importa decir demasiado positivamente que algo aquí abajo le pertenece; verdaderamente siente que en realidad las cosas no son suyas, y solamente le han sido prestadas “para ser regresadas sin tardanza”; pero el Amado es suyo, y su posesión de Él es sumamente firme.
Cuando el alma del creyente se encuentra en el mejor estado, no se regocija tanto ni siquiera en sus privilegios espirituales, como en el SEÑOR de quien provienen. Él tiene justicia, sabiduría, santificación y redención; tiene tanto la gracia como la gloria aseguradas para él, pero prefiere reclamar las fuentes en vez de las corrientes. Él ve claramente que estas misericordias selectas son únicamente suyas porque son de Cristo, y únicamente suyas porque Cristo es suyo. Oh, sin Cristo todos los tesoros del pacto no sería posible poseerlos. Teniendo a nuestro amado como nuestro, tenemos todas las cosas en Él, y por tanto, nuestro tesoro principal, sí, nuestro único tesoro, es nuestro Amado.
«Mi amado es todo mío, y absolutamente mío; no mío para meramente mirarlo y hablar de ÉL, sino mío para confiar en Él, para hablarle, para depender de Él, para acudir presuroso a Él en cada hora problemática. Sí, mío para alimentarme de Él, pues «Su carne es verdadera comida, y Su sangre es verdadera bebida». Puede ser que sólo tenga un talento, pero “Mi amado es mío”; puedo ser pobre y muy desconocido, pero “Mi amado es mío”; puede ser que no tenga ni salud ni riqueza, pero “Mi amado es mío”. Nuestro amado no es nuestro solamente para ciertos usos, sino que es nuestro sin reservas, sin restricción. Puedo tomar lo que quiera de Él, y tanto lo que tome como lo que deje son míos. Él mismo, en Su siempre gloriosa persona, es mío y siempre mío.
Cristo es mío cuando lo sé, y mío cuando no lo sé; mío cuando estoy seguro de ello, y mío cuando dudo de ello; mío de día, y mío de noche; mío cuando camino en santidad, ¡ah!, y mío cuando peco, pues “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo.” Él es mío en el monte de Mizar, y mío en los desbordamientos del Jordán; mío junto a la tumba donde entierro a mis seres queridos, mío cuando yo mismo sea enterrado allí, mío cuando resucite otra vez; mío en el juicio, y mío en la gloria; por siempre mío…. ¡Amén! «- C. Spurgeon
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