
¡SEÑOR mío y Dios mío! Juan 20:28
La verdadera fe elige a Cristo, y solo a Él, para ser su SEÑOR. Muchos se acercan a Cristo para encontrar un banquete, pero pocos se acercan a Cristo para llevar Su Cruz. Algunos se acercan bajo la seguridad de Su sangre, pero desprecian la autoridad y el dominio de Su espada;
Los incrédulos no aceptan a Cristo como su único SEÑOR porque su corazón tiene otro amo. Él es nuestro SEÑOR a quien debemos servir, y nosotros somos sus siervos que le obedecemos. El corazón incrédulo se arriesga fácilmente a desagradar a Cristo para satisfacer sus propias concupiscencias. El corazón incrédulo no puede escoger a Cristo; no puede quererlo como su Señor. ¿Por qué? Porque el dominio de Cristo es santo y celestial; que es exactamente lo opuesto a los valores, afectos y caminos malvados del corazón incrédulo.
Todo creyente admite que Cristo es su SEÑOR, como dijo Tomás: «¡SEÑOR mío y Dios mío!» y así la fe levanta el cetro de Cristo y dulcemente prepara el alma para la sumisión espontánea; la fe se acerca a Cristo totalmente, por lo tanto, Él es el único Rey y Señor de la fe; la fe sabe que toda alma ha sido comprada por Cristo; Su sangre nos ha comprado y así nos ha transferido al dominio total de Cristo: «¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos?» 1 Cor. 6:19-20.
Ahora intenta responder a esta pregunta: ¿quién es tu SEÑOR? Si por la fe has jurado fidelidad a Cristo, aunque te persigan tantas tentaciones que quieren llevarte cautivo o apartar tu corazón del servicio de Cristo, incluso en medio de todas las opresiones causadas por el pecado, tu corazón grita: «Cristo es mi único SEÑOR; le obedezco, le honro y le amo; soy suyo y sigo odiando aquellos pecados que aún no he logrado dominar». -Obadiah Sedgwick
Oremos pidiendo la gracia para tener lo mismo; que Cristo sea completamente revelado, con una nueva fe para conocerlo no sólo como SEÑOR sino como Dios, con asombro, con tierno y exquisito éxtasis, y con adoradora postración de alma, y así, poder decir con Tomás: «¡SEÑOR mío y Dios mío!».