
«Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche» Génesis 1:4- 5.
Aquí tenemos referencia a dos elementos que se usan en toda la Escritura como símbolos de cosas espirituales. La presencia de la luz constituye el día y su ausencia la noche. Lo mismo pasa en la historia del alma. Algunos son «hijos de luz» mientras que otros son «tinieblas» Efe. 5:8. Esta distinción es muy importante. Todos aquellos sobre los cuales ha brillado la luz de la vida, todos los que han recibido, como huésped, a la Estrella de la Mañana, todos los que han recibido la luz «del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» 2 Cor. 4:6, todos estos son «hijos de luz e hijos del día» 1 Tes. 5:5.
Por otra parte, todos aquellos que han permanecido en el estado de oscuridad, ceguera e incredulidad, todos los que han rehusado recibir en sus corazones –por medio de la fe– los rayos benéficos del Sol de Justicia, Cristo, se envuelven todavía en las sombras de una noche espiritual, pertenecen a la otra clase y son hijos de la noche y de las tinieblas 1 Tes. 5:5. Nadie conoce a Cristo hasta que la luz de Dios brilla en la cruz.
¿A cuál de estas dos clases perteneces? No importa que seas pobre, ignorante o despreciado; si por la gracia de Dios, estás ligado al Hijo de Dios, quien fue y es «la luz del mundo», entonces eres, en verdad, un hijo del día, destinado a resplandecer, tarde o temprano, en aquella esfera celestial, en aquella región de gloria en la cual el «Cordero como inmolado» Apoc. 5:6, el Sol eterno Apoc. 22:1-5. Solo por obra del consejo y la operación de Dios mismo, quien ha dado luz y vida, gozo y paz en el SEÑOR Jesús y en su sacrificio efectuado en la cruz.
Pero si eres extraño a la acción e influencia santificadora de la luz divina, no has contemplado la hermosura que irradia de Crtisto, aunque tengas toda la ciencia humana, todos los tesoros de la Filosofía, y poseas todos los títulos académicos de las universidades de este mundo, sin embargo, eres un hijo de la noche, y si mueres en esa condición te hallarás apartado y envuelto en la negrura y el horror de una noche eterna. Te suplico, pues, que procures seguir el resplandor de Cristo y no andarás en tinieblas, sino que tendrás la luz de la vida.
¡Qué posición de responsabilidad tenemos de ser hijos de luz! ¡Con qué celo debemos vigilar para que no se oscurezca la luz celestial de Cristo! Pero se nos pregunta: ¿Cómo puedo reflejar Su luz? Simplemente permitiendo que Cristo brille sobre cada uno en todo su esplendor. Si cada creyente logra andar en la luz de Cristo, sin duda alguna tendrá que reflejar esa luz. Quiera Dios que todos reconozcamos nuestro deber de estudiar más el carácter de Cristo para imitarlo con más fidelidad.- C.Mackintosh