ENERO 22

«Y te acordarás de todo el camino por donde el SEÑOR tu Dios te ha traído» Deuteronomio 8:2

No debemos confundir en modo alguno este grato ejercicio con la mala costumbre de mirar el camino recorrido para apreciar como nuestros con orgullo, suficiencia personal y egoísmo los logros, progresos y servicios alcanzados. Todo lo que tiende a poner el «yo», o lo propio, ante la mente, debe ser juzgado y rechazado con firme decisión, pues, produce esterilidad, oscuridad y debilidad. Todo esto solo conduce a la propia satisfacción, la cual es destructora de toda verdadera espiritualidad.

Se recomendó a Israel que se acordara «de todo el camino» por el cual el SEÑOR, su Dios, le había guiado, para que de sus corazones brotara la alabanza por el pasado y fortaleciera su confianza en Dios por lo porvenir. Así debe ser siempre. Le alabaremos por todo lo pasado y confiaremos en Él por todo lo que ha de venir.
Que podamos avanzar día tras día, alabando y confiando. Estas son las dos cosas que redundan en gloria para Dios, y en paz y gozo en Él para nosotros. Cuando las miradas se fijan en los «Eben-ezeres» 1 Sam.7:12 (piedras de ayuda) que están a lo largo del camino recorrido, el corazón estalla en alegres «aleluyas» dirigidas a Aquel que nos ha ayudado hasta aquí y que nos seguirá ayudando hasta el fin.

No solo debemos acordarnos con devoto agradecimiento en las bendiciones e indulgentes liberaciones de las que hemos sido objeto por parte de nuestro Padre, sino también de las aflicciones y pruebas mandadas por su sabio, fiel y santo amor, porque estas son claras e inconfundibles, mercedes por las cuales habremos de alabar a nuestro Dios durante la feliz eternidad.  

¡Cuán maravilloso es pensar en el cuidadoso amor y la paciente gracia de Dios para con su pueblo en el desierto! ¡Qué preciosa enseñanza para nosotros! ¡Que edificante, reconfortante y alentador a un mismo tiempo volver la vista atrás para considerar el camino recorrido! Podríamos ver entonces la fiel mano de nuestro Dios que nos ha conducido; sus tiernos y sabios cuidados; cómo nos liberó de aquel aprieto, de tal otra dificultad; cómo, muchas veces, cuando estábamos ya sin saber qué hacer, acudió en nuestro auxilio y despojó la senda ante nosotros, calmó nuestros temores y llenó nuestros corazones de cánticos de alabanza y agradecimiento. – Charles Mackintosh

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