
«Si escuchas atentamente la voz del SEÑOR tu Dios, y haces lo que es recto ante Sus ojos, y escuchas Sus mandamientos y guardas Sus estatutos, no te enviaré ninguna de las enfermedades que envié sobre los egipcios. Porque Yo, el SEÑOR, soy tu Sanador». Éxodo 15:26
Como pueblo redimido, debían consagrarse a Dios y obedecer Su voz en todo; y, según cumplieran o no su deber para con Él, les extendería su favor o los visitaría con su disgusto; ya sea cargándoles o liberándoles de las enfermedades que habían padecido los egipcios. Deut.28:15-27 y 60. Esta declaración de Dios fue tan importante, que el rey Ezequías cuando enfermó de muerte, oró diciendo: «Te ruego, oh SEÑOR, que te acuerdes ahora de cómo yo he andado delante de Ti en verdad y con corazón íntegro, y he hecho lo bueno ante Tus ojos. Y lloró amargamente». Isaías 38:3. No son palabras de jactancia, ni un auto-elogio ostentoso, ni de autojustificación, de ser así, el SEÑOR no lo habría escuchado. Su oración fue un argumento, como recordando al SEÑOR su promesa de Éxodo 15:26. Sabía que, aunque las palabras de Isaías le fueron entregadas en forma absoluta, debían ser entendidas de manera condicional, por eso, clamó con urgencia, fervor y fe para revertir la sentencia de muerte.
El SEÑOR respondió: «He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas»; Isa. 38:4. Si Dios lo hizo por Ezequías lo hará también por ti. Solo ten fe y cuenta con la fidelidad de Dios. Si estás en una situación o enfermedad que parece insalvable. Él puede darte una salida, Él puede sanarte. ¡Entonces vuélvete a Dios con verdadero arrepentimiento! Deja que Él vea tus lágrimas de dolor, y Él restaurará los años que comió la oruga, el saltón y la langosta. Joel 2:25 Dios ha provisto en Jesucristo la sanidad definitiva para la enfermedad espiritual, física y emocional. Él puede sanarnos. Jesús demostró que Él era Jehová-Rafa al curar a los ciegos, a los paralíticos, leprosos. Notemos, que esta bendición está condicionada a la obediencia a Su Palabra, No a cambio de dinero, ni de pactar con dinero por un milagro, como enseñan los falsos profetas de la prosperidad.: «Si escuchas atentamente la voz del SEÑOR tu Dios, y haces lo que es recto….». La salud y la prosperidad espiritual que Cristo da, debe ser la base sólida sobre la cual se cimenta cualquier otro tipo de bendición y prosperidad entre los cristianos.
Jesús no vino a predicar prosperidad material, sino y principalmente para sanar la enfermedad espiritual del pecado. «El Espíritu de Dios está sobre mí; me ha enviado a anunciar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos»; Lucas 4:18. Puede ser que alguno diga que el pecado y Satanás tienen tal posesión de su alma, que hacen que su estado sea completamente desesperado. Pero, que mire al endemoniado gadareno: Estaba tan completamente poseído por Satanás, que ninguna restricción le impedía infligirse heridas mortales. Pero una sola palabra del Salvador bastó para expulsar al demonio, hizo que se sentara a sus pies, vestido y en sano juicio. Entonces, no temas, pecador abatido; porque no hay nada imposible para Él. Así como las aguas de Mara fueron sanadas de modo que la fuente misma fue cambiada, así tu alma será purificada por completo, y “las aguas que fluyen de ti brotarán para vida eterna». Juan 4:14.
Otros, están como David y Pedro, que cayeron pero el SEÑOR los levantó y los recuperó de sus caídas. Si dices: «No hay esperanza para mí, porque una vez conocí al SEÑOR y me aparté de Él»; sin embargo, como un descarriado, escucha el mensaje de gracia que te envía el SEÑOR por medio del profeta Jeremías: “Vuélvanse, hijos rebeldes, y yo sanaré sus rebeliones». Jer. 3:2. David y Pedro no tenían en sí mismos más fuerza o poder que el desdichado Judas. Solo a la gracia soberana y al favor divino debieron su restauración y su regreso a los caminos de la santidad y la paz. Ve, pues, a él, alma abatida. Como lo hizo David, dile: “SEÑOR, ten misericordia de mí; sana mi alma, porque he pecado contra ti», Salmo 41:4. Pero, si ofendemos al SEÑOR con una desobediencia voluntaria y habitual, nadie podrá protegernos; pero, si nos entregamos sin fingimiento a Él, «nadie nos podrá arrebatar de Su mano», Juan 10:28; cualquier cosa que podamos sentir o temer, podemos asegurarnos de Su favor; porque Él es, y siempre será: «El SEÑOR NUESTRO SANADOR».
Si hemos estado libres de las muchas enfermedades bajo las cuales otros luchan, sufren y por las cuales toda su vida está amargada, debemos reconocer a Dios como el Autor de esta distinción y recibirla como una misericordia especial de Sus manos. Pero, si Él nos permite pasar por alguna enfermedad nos equivocamos mucho si atribuimos nuestra recuperación a cualquier otro medio que no sea el bondadoso favor de nuestro Médico Celestial, pues Él también usa a los médicos, los guía y les da sabiduría para sanar nuestros cuerpos. Él mismo dijo: «No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos». Mat. 9:12. Dios es el sanador de su pueblo, y aún en el escenario más difícil, cree que el SEÑOR mostrará Su poder y Su gloria, cree que en medio del desierto, Él puede hacer florecer un jardín; que en medio de tus dificultades; que en medio de la maldición, puede establecer su bendición, porque para Él Todo es posible. – Charles Simeon
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