"Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas." Juan 12:46
La humildad con la cual Cristo "se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo" Filip 2:7, es para nosotros luz. Luz para que no aceptemos la gloria del mundo, Él prefirió nacer en un establo más que en un palacio y sufrir una muerte vergonzosa sobre una cruz. Gracias a esta humildad podemos saber cuán detestable es el pecado de un ser que ha sido modelado de la tierra Gén.2:7, un pobre hombre hecho de la nada, cuanto se enorgullece, se vanagloria y no quiere obedecer, mientras que vemos al Dios infinito humillado, despreciado y abandonado de los hombres.
La gracia y la dulzura con la cual Cristo soportó los insultos, los golpes y las heridas son para nosotros luz, cuando "como un cordero fue llevado al matadero y como una oveja ante el trasquilador no abrió Su boca" Isa.53:7, para darnos salvación y vida eterna. Despojémonos de la ignorancia y de la oscuridad, como cual nube ofuscan nuestros ojos, y contemplemos al que es realmente Dios. Una luz del cielo ha brillado ante nosotros, que antes vivíamos en la tinieblas y sombra de muerte; una luz más clara que el sol y más agradable que la misma vida. Esta luz es la vida eterna y los que de ella participan tienen vida abundante. La noche huye ante esta luz y, como escondiéndose medrosa, cede ante el día del SEÑOR. Esta luz ilumina el universo entero y nada ni nadie puede apagarla.
El que recibe a Cristo, recibe la facultad de ver, recibe la luz, para conocer a fondo a Dios y al hombre. Cristo, el Verbo hecho carne, por el que hemos sido iluminados, "es más precioso que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel que destila del panal". Lo mismo que sin el sol, los demás astros dejarían al mundo sumido en la noche, así también, si no hubiésemos conocido a Jesús y no hubiéramos sido iluminados por Él, en nada nos hubiéramos diferenciado de los volátiles, de los incrédulos que son engordados en la oscuridad y destinados a morir. Jesús es, en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo.
Acojamos, pues, la Luz del mundo, a Cristo, para poder dar acogida también a Dios. Acojamos la luz y hagámonos discípulos del SEÑOR. Él ha hecho esta promesa al Padre: "Anunciaré tu nombre a mis hermanos; entre tu pueblo reunido te alabaré" Sal.22:22. Tus palabras me traen la salvación. Tu guía me instruirá. Hasta el presente he andado a la deriva en mi búsqueda de Dios; pero SEÑOR, si tú eres el que me iluminas y por medio de ti encuentro a Dios y gracias a ti recibo al Padre, me convierto en tu coheredero, Rom.8:17, entonces no te avergonzarás de llamarme tu hermano Heb 2:11.