Pobre como se muestra la Iglesia hoy día en tantas cosas, lo es más en cuanto a la Oración. Tenemos muchas organizaciones, pero pocos penitentes; muchos espectáculos y actores, pero pocos que oran; muchos cantores, pero pocos corazones heridos; grandes pastores y débiles guerreros de Cristo; mucho aparato, pero poca pasión; mucha acción, pero poca intercesión; muchos escritores, pero pocos luchadores. Fallando en esto fallamos en todo. El secreto de la oración es el orar en secreto. El pecador cesa de orar y el que ora cesa de pecar. Ningún hombre es más grande que su vida de oración. El pastor que no ora está jugando a la religión; el pueblo que no ora está extraviado. El púlpito puede ser un escaparate de talentos humanos, pero la cámara de oración no tiene ventanas al exterior.
La predicación de nuestros días, con su pálida interpretación de las divinas verdades, nos hace tomar la acción por unción. La unción no puede ser aprendida cual arte, sino que debe ser ganada y conseguida por oración. La unción es la medalla divina concedida al predicador que como soldado ha luchado en oración y obtenido la victoria. La unción penetra y derrite, endulza y ablanda. Cuando el martillo de la lógica y el fuego del humano celo fracasan en abrir los corazones, la unción lo consigue. ¡Muera esa predicación paralítica que carece de poder porque ha sido engendrada en una tumba en vez de en una matriz viva, pues procede de un alma sin fuego del Espíritu Santo, ni oración!
En el Nuevo Testamento la inspiración del Espíritu sacudía el infierno. En cambio, en nuestros días, la oración que vence al mundo, nunca había sido dejada por tantos, al cuidado de tan pocos. Sin embargo, no hay sustituto para esta clase de oración; o la practicamos o morimos. Los cristianos modernos conocen poco aquello que Jesús dijo de "atar o desatar"; aunque la promesa es para nosotros: "Todo lo que ustedes aten..." ¿Lo has realizado recientemente? Dios no es pródigo con su poder; pero para ser mucho para Dios tenemos que estar mucho con Dios.
¿Puede alguien negar que el afán de la iglesia moderna es el dinero? Sin embargo, lo que más preocupa a la iglesia de nuestro tiempo es lo que menos preocupaba a la iglesia apostólica. Nuestro énfasis es sobre donativos, el suyo era sobre oración. Cuando damos podemos edificar un buen local; cuando ellos oraban el local temblaba. La oración es para el creyente lo que el capital para el negociante. -Leonard Ravenhill