NOVIEMBRE 4

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«Esteban…. PUESTOS LOS OJOS EN EL CIELO, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios» Hechos 7:55

El término «Cielo» significa un lugar de exaltación y de gloria. Dios reside allí; allí está su inmediata Presencia, y se le llama «el tercer Cielo» 2 Cor.12:2, por su elevación y supremacía, en contraste con los cielos inferiores. Dice Pablo: «Preferimos estar ausentes del cuerpo y habitar en la Presencia del SEÑOR» 2 Cor. 5:8. Pues estar en el Cielo, es estar con Cristo, «en el hogar con el SEÑOR». El apóstol dice: «habitar»; esto es, «residir en un hogar». He aquí uno de los símbolos del Cielo más atractivos, dulces y firmes: el Cielo es nuestra propia casa, nuestro hogar, nuestra patria.

La Biblia pone nuestra ciudadanía en el Cielo, Fil.3:20, al mismo tiempo parece como si estuviéramos desterrados de la Tierra y nos hiciera estar suspirando como expatriados de nuestro país nativo, con la nostalgia y soledad de los extranjeros; porque somos nacidos del Cielo y buscamos la patria celestial. La misma atmósfera de este mundo deberíamos considerarla como nociva, insípida, aburrida. ¡Ay, de los corazones que estén establecidos aquí, aferrados al mundo! El Cielo será extraño para ellos, una tierra distante, alejada! Cuidémonos de cualquier cosa que nos atraiga demasiado y nos ate a esta Tierra, porque lo que nos atrae a la Tierra nos hace sentir menos atraídos hacia el Cielo. El corazón que se satisface con los amores terrenales suspira menos por los celestiales.

Advirtió Jesús: «No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde ladrones penetran y roban; acumulen tesoros en el Cielo…» Mat.6:19-20. ¡Cuánto énfasis hace sobre el Cielo Jesús! Él quiere que nuestros corazones estén allí. ¡Tienen que estar allí, si es que hemos de llegar allí, algún día! No nos dividamos, pues, entre el Cielo y la Tierra: «Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro….No pueden servir a Dios y a las riquezas» Mat. 6:24. Sí, el más poderoso avivador de nuestra Fe es el Cielo. El único fundamento seguro y sólido de nuestra esperanza es el Cielo; la única solución de los misterios de la Tierra, el único enderezador de los errores terrenales, la única cura para la mundanalidad.  

 ¡Cómo debería el Cielo atraer nuestros corazones, despertar nuestro deseo y, como un imán, atraernos hacia arriba! ¡Cómo debería llenar nuestros pensamientos e iluminar nuestras esperanzas! «Pongan la mira(interés,atención) en las cosas del Cielo y no en las de la tierra» Col.3:2. El Cielo debería suavizar nuestras penas, alejar nuestros temores, eliminar las preocupaciones y hacernos inmunes a los males de esta vida.  Necesitamos, pues, una infusión de Cielo en nuestra Fe y esperanza, para hacernos anhelar este bienaventurado lugar, el cual nos pertenece y nos espera como herederos de Dios. ¡Qué gloriosa herencia! 1 Ped.1:4-5 ¡Qué maravillosa perspectiva! ¡AMEN!- E.M Bounds

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