Pero pida con fe, no dudando nada; Santiago 1:6
La oración es simplemente un acto de fe, reclamando sus maravillosas prerrogativas: la fe, tomando posesión de su herencia ilimitada. La fe puede lo imposible porque hace que la divina Providencia obre a nuestro favor, y con Dios no hay nada que sea imposible. ¡Cuán grande, incalificable e ilimitado es el poder de la fe! Si la duda y la incredulidad desaparecen del corazón, lo que pedimos a Dios seguramente sucederá. Sólo Dios puede mover montañas, pero la fe y la oración pueden mover a Dios. Necesitamos recordar siempre que la Fe es la condición inseparable e indispensable para la oración victoriosa.
Si Cristo es la Fuente de toda mi vida, si las corrientes de Su vida han desplazado a las de mi Yo, si la obediencia implícita a Él es la fuerza e inspiración de cada movimiento de mi vida, entonces, Él tomará mis oraciones y las presentará ante el Padre, entonces, tendré la garantía de que serán contestadas. Nada puede ser más claro, más específico e ilimitado, tanto en su aplicación como en su extensión, que la exhortación de Cristo en sus palabras: «Tengan Fe en Dios» Mar. 11:22.
La fe cubre las necesidades temporales y espirituales; disipa la ansiedad y los cuidados sobre lo que comeremos, beberemos o con qué nos vestiremos. La Fe vive en el presente y mira cada día como suficiente dentro de su propio afán, disipando todos los temores del mañana; lleva descanso a la mente y perfecta paz al corazón: «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera» Isa. 26:3. Las verdaderas oraciones surgen de las pruebas y necesidades presentes: el pan para hoy es suficiente para la necesidad presente, y constituye la garantía más sobresaliente de que también habrá pan para mañana; la victoria de hoy, es la seguridad de que mañana habrá victoria. Por ello, nuestras oraciones han de estar enfocadas sobre el presente.
Debemos confiar en Dios cada día, y dejar el mañana enteramente en Sus manos. El presente es nuestro y la oración es la tarea y el deber para cada día; pero el futuro pertenece sólo a Dios. De lo dicho concluimos, pues, que así como cada día requiere su pan, del mismo modo requiere su oración. Ninguna oración, por más larga que haya sido hoy, suplirá a la de mañana. Por otra parte, ninguna oración dedicada al mañana es de valor para el día de hoy. El maná de hoy es lo que realmente necesitamos; mañana Dios se encargará de que nuestras necesidades estén suplidas. Ésta es la Fe que Dios desea inspirar. De manera que dejemos el mañana, con sus cuidados, necesidades y problemas, en las manos de Dios: «Baste a cada día su propio mal» Mt. 6:34. «Pero pida con fe, no dudando nada»-Edward Bounds