NOVIEMBRE 23

Conforme a tu fidelidad me afligiste. Salmo 119:75

Me siento seguro; No tengo dudas. Esta fue la convicción del salmista en la aflicción. Por misteriosa que haya sido la tribulación, por difícil que haya sido soportarla, sin embargo, no tenía dudas de que era para su bien, que era para los mejores propósitos. Todas las aflicciones con las que se encuentra el pueblo de Dios terminan siendo para su provecho y su gloriosa ventaja.

Las aflicciones son como una lupa que muestran el feo rostro del pecado. Son el horno de Dios para limpiar y preservar a su pueblo. Los creyentes crecen más internamente cuando están afligidos. Las cadenas de Manasés fueron más provechosas para Él que su corona de rey. Muchos no entienden algunas porciones de las Escrituras hasta que están en aflicción.

La casa de disciplina de Dios es su escuela de instrucción. Las aflicciones elevan el alma a un disfrute más pleno de Dios y a un gozo más dulce de su bendito ser. Mantienen el corazón humilde y sensible, y, por experiencia, los creyentes encuentran que pueden abrazar su cruz tal y como otros lo hacen con las coronas del mundo.

Las aflicciones inflaman un amor que es frío, avivan la fe que decae y ponen vida en las esperanzas marchitadas. Las adversidades abaten el encanto del mundo que nos atrae y las lujurias que nos incitan. Puede que nos aflijan, pero nunca nos dañan. Son temporales. "Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría". Sal.30:5 Esta pequeña tormenta terminará con una calma eterna.

Debemos medir nuestras aflicciones por su resultado, no por lo mucho que duelen. La miseria que acompaña a la impiedad es mucho mayor. No hay paz para los malvados. Isa. 48:22 Hay trampas en aquello que disfrutan y maldiciones en sus comodidades. ¡Ah, cuán horribles los terrores y temblores que acompañan a sus almas! -Thomas Brooks


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